miércoles, 8 de mayo de 2013

Historia de una bandera


Me tejieron hace años, urdieron mis hilos con cariño y amor manos expertas de mujer que manejaban el telar de madera. Hilos rojos, hilos gualdas, hilos que se iban entrelazando, manos que enredaban y que cortaban, pies accionando el pedal, manos rápidas y precisas que me dieron la vida.

Nací bien hermosa, con flecos dorados y el Escudo bordado en oro. Luego, me escondieron y me doblaron, muy amorosos sí, ¡pero en una caja me guardaron!

Pasé un tramo de tiempo allí encerrada, oliendo a naftalina y deseando ser izada. Después un día sentí que el estante se removía y que unas manos me buscaban. Hasta el león del Escudo rugió de alegría.

La conversación fue breve: Ésta es, decía uno, es muy hermosa, contestaba el otro con muy buen ojo, lucirá esplendorosa en el navío, remataba.

¿Navío?, aquello, ¡qué mal me sonaba!, mar, agua, viento y sal. ¡Acabaría destrozada!, pero luego me puse a pensar que si así, de aquella manera me deshilachaba, tampoco sería un mal final para una bandera de la Real Armada.

Me llevaron en una caja nueva, de madera labrada, antes me habían limpiado el polvo y la peste a alcanfor, ¡menos mal, pues yo quería estar bien guapa!, me llevaron hasta un puerto y allí de mil hombres rodeada, por fin me desplegaron y por fin fui izada.

Daba vértigo ver el mar desde la popa tan alta, pero no pueden imaginar lo orgullosa que flameaba. Cada día me miraban, me mimaban y los hombres en las noches claras sus secretos me contaban, muchos de ellos me susurraban: ¿Por qué eres así España?

Yo no decía nada pues nada podía decir, yo tan sólo a todos ellos representaba, y por eso colgaba orgullosa, aunque los malos vientos ya habían empezado a arrancarme hilos y llevarse mis colores pero sin importarme la pérdida, importándome nada más que seguir allí, muy tiesa, ondeando cara al viento el nombre de mi tierra.

Pasaron los años y yo seguía en la popa de aquel navío. Ya no era tan bella, la mar y el tiempo habían hecho mella en mí y aunque no había acabado como mi hermana de la grímpola que un día voló para perderse para siempre en mitad de una tempestad atravesando el Cabo de Hornos, sí tenía un par de recosidos y algunos agujeros, además de estar deshilachándome cada día, dejando mis hilos rojos y mis hilos gualdas por los siete mares.

Por eso un día me arriaron, y aunque lo hicieron con todos los honores, saludándome todos con mucho respeto, yo creí morir cuando lo hicieron, mientras me doblaban de nuevo, pude ver izarse a mi hermana, nuevecita, brillante, tan hermosa como yo hace tanto tiempo.

Creí que me guardarían para siempre Pero no fue así. Gracias a Dios.

A los pocos días de haberme guardado en la caja labrada, sentí de nuevo que me movían, y escuché tambores y trompetazos. ¿Qué sucedía?, ¿acaso mi hermana había salido volando?

¡Pues no!, resulta que estábamos en puerto, o más bien atracadero y allí había un fuerte, pequeñito, pero de sólida piedra y en forma de estrellita, con sus garitas redondeadas y sus dos cañones asomando por sendas troneras.

Aquel sería mi nuevo hogar. Rodeada de selvas y frente a una playa hermosísima. También había sal y vientos malos, y hastío y aburrimiento, también había hombres que me miraban atravesados muchas noches, podía sentir su odio, pero luego, aquellos mismos hombres que de todos sus males me acusaban, se arremolinaban a mi alrededor, defendiéndome como endemoniados por no dejar que en manos enemigas quedara.

Y mil veces lo hicieron, y en cada ocasión caían a mí alrededor y entre lágrimas gritaban, “España” y yo desde lo alto y acribillada siempre, siempre les arropaba. Y mil veces cayeron y mil veces me defendieron de todos los enemigos que hasta el fuerte vinieron.

Luego la desgracia se abatió sobre nosotros, los hombres lloraban y se desgarraban las vestiduras, nadie quería marcharse, nadie quería abandonar aquella tierra hermosa que llevaba siglos bajo mi sombra. Pero no pudo ser.

Un buen día me arriaron, yo estaba, la verdad, muy vieja y cansada, con los colores ajados y el bordado desgastado, atravesada de agujeros, zurcida en mil sitios, deshilachada aunque eso sí, jamás, jamás humillada.

Hasta ahora…

Después de todo aquello me encerraron en otra caja, ataúd de lujo en el que pensé quedaría ya olvidada. Pero no. Pasó tiempo, mucho tiempo…

Ahora me tienen restaurada que dicen, expuesta entre vitrinas, extendida, casi izada. A veces estando aquí recuerdo aquella popa y aquellos días de sal y espadas. Al principio, para qué negarlo me sentí ruborizada, ¡todo el mundo iba a verme!, ¡a mí a la acribillada!

Sin embargo quedó mi gozo en un pozo, muy hondo de tristeza y de pena. Allí me colocaron, no hubo trompetazos ni honores y ya aquello me llenó de congoja y de extrañeza. En una equinita escondida, apartada, casi oscura, casi desierta, acompañada de panfletos y papeles, y cucharas, peroles y cosas de ésas.

Pero lo peor era la gente, los descendientes de los del barco, de los de las noches desiertas, los hijos de todos aquellos que me habían defendido con fiereza. Yo sonreía orgullosa, de mis agujeros, de mis viejas telas… Y ellos me miraban con desprecio, sin nobleza, me miraban burlones, asquerosamente irrespetuosos, sin pizca de delicadeza, sin educación, sin valores, sin reconocerme siquiera.

Lo peor era el olvido al que me sometían, más que me tuviesen expuesta.

Y ahora cada día, cuando abren la casa ésta, que pretende ser recuerdo y solamente es vertedero de glorias y de noblezas, me estremezco y mis viejos hilos rojos y mis viejos hilos gualdas lloran de rabia y de pena.

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